“Pero el espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios” 1ª. Timoteo 4:1
Según el calendario gregoriano que usamos, ya se cumplieron dos mil años desde que El Salvador del mundo vino a la tierra con su mensaje celestial.
Notoriamente, la historia muestra que, durante todo ese tiempo, la religión cristiana ha estado fuertemente opacada por guerras, abundante derramamiento de sangre, rencillas, traiciones, torturas, muerte en hogueras y muchos más; todo porque los poderosos líderes religiosos han querido hacer sentir su voluntad y su presencia frente a los más débiles.
La historia también cuenta que hace unos quinientos años se llevó a cabo un gran movimiento religioso en el cual algunas personas que no simpatizaban con el sistema religioso de aquel entonces, socavaron los cimientos de la poderosa organización dominante. Tal movimiento costó muchas muertes que se sabe no fue en vano. Fue así como surgió el movimiento protestante. Valga la pena aclarar que de acuerdo a algunos relatos, la palabra protestante no fue usada por la iglesia con propósitos de identificar a la gente que no era católica, sino para calificar a un grupo de príncipes Europeos que protestaron ante el papa por la persecución de la cual Lutero estaba siendo objeto. Fue solo hasta que el tiempo transcurrió que esa palabra fue usada para referirse en general a toda la gente no católica.
Pues bien, aquel movimiento de hace unos quinientos años sirvió para traer libertad religiosa; para que todo aquel que sintiera no encajar en la religión mayoritaria pudiera buscar albergue en las nuevas organizaciones que fueron surgiendo.
Ciertamente aquel movimiento proporcionó oportunidad a miles de personas para buscar el lugar donde mejor encajar según su sentir religioso, pero poco a poco, a medida en que los siglos fueron transcurriendo, la identidad protestante comenzó a hacerse confusa, hasta que finalmente vino la época del gran despertar. Vino la época de los años sesenta, en la cual el propósito que millones acariciaban con su meta por excelencia, como es la santidad piadosa y aleada de todo lo que tiene sabor a mundo, desapareció para dar lugar a creencias extrañas, a creencias que nada tienen que ver con la enseñanza de las Sagradas Escrituras, a creencias en las cuales el satanismo, la brujería, el espiritismo, la degeneración sexual, las drogas y muchos males más, vinieron a ser validados.
Cualquier persona observadora y que haya nacido antes de la década de los sesenta, puede testificar que la revolución que iba a destruir las bases de la moral y del respeto a las cosas sagradas dio inicio en ese tiempo. Sin que sea un secreto, las iglesias protestantes sin excepción, abarcando incluso hasta las organizaciones más sobrias y formales, cedieron terreno para dar paso a novedoso modo de interpretar la palabra de Dios en le cual la tolerancia y la inclinación a contradecir a la voluntad divina fueron el estandarte principal.
Me atrevería a pensar que las palabras del apóstol Pablo, que encabezan este artículo, comenzaron a tener cumplimiento a partir de esa década.
Casi cuarenta años han transcurrido desde aquel entonces, y cualquier persona observadora con facilidad puede mirar que actualmente el cristianismo ruge como una terrible y espantosa corriente de agua que va arrastrando piedras, árboles, techos de casa, lodo, cadáveres de personas y animales sin número. El cristianismo actual, sin temor a equívocos, no es aquella enseñanza brotada de los labios del Divino Maestro sino una mezcla confusa de ideas y de extrañas filosofías, las cuales sus simpatizantes quieren hacer valer y prevalecer. Sin lugar a dudas, hoy más que nunca el dicho popular: “en río revuelto, ganancia de pescadores”, tiene gran significado beneficioso para Satanás. La confusión religiosa ha motivado a millones de almas sedientas de salvación y vida eterna, hayan caído en una trampa de donde seguramente jamás podrán salir. Satanás está obteniendo tremendo triunfo.
Los tiempos difíciles de los cuales estamos hablando no se refieren a dificultades económicas, a escasez de alimentos y cosas semejantes, sino a la tenebrosa confusión religiosa predominante. Se refieren a tiempos en los cuales Satanás está trabajando con gran tesón para confundir a millones y para engañar si es posible a los escogidos, haciendo que las cosas señaladas por Dios como pecado, parezcan ante el razonamiento humano como que no lo son. Satanás ha logrado confundir a la religión cristiana y está sacando todo el provecho posible.
Posiblemente muchos sepan que hace algunos años fue editada una Biblia disparatada en la cual la mentalidad de sus autores hizo aparecer al Dios Omnipotente como un ser que posee sexo masculino y femenino al mismo tiempo; semejante Biblia apareció de ese modo porque de acuerdo a sus autores, todas las Biblias hacen aparecer a Dios como masculino, lo cual –según ellos dijeron- “ofende” a personas que propugnan por la igualdad de derechos entre personas de diferente sexo. Para sus autores, a Dios no debe hacérsele aparecer como persona que usa más la mano derecha, porque eso “ofende” a personas que usan más la mano izquierda, etc.
Probablemente esa “Biblia” nació como producto de los cambios que la religión está llevando a cabo. Cuando fue editada causó enojo en algunas autoridades católicas y protestantes, pero el tiempo nunca transcurre en vano, el momento vendrá en que sea de aceptación general y las nuevas generaciones de cristianos se acomoden a su lectura. Posiblemente para ese entonces las Biblias actuales quizás parecerán ridículas y carentes de sentido.
Otro de los aspectos al cual se le puede ver como promotor de los tiempos peligrosos lo constituye la promiscuidad entre hombres y mujeres. La religión cristiana actual ha dado paso adelante y ha sobrepasado velozmente los límites de tolerancia dados por la Sagrada Escritura. Una prueba de ello son las mujeres “pastoras”. Algunas congregaciones que por su trayectoria seria ganaron un puesto en la sociedad, actualmente en lugar de pastor poseen pastora. Ellas casan, bautizan y realizan toda clase de labores de las cuales la Escritura muestra que eran labores reservadas para hombres. Se visten con pantalones y camisa de color negro, se cortan el cabello igual de corto como todo hombre normal, etc. lo que para los apóstoles del Señor era inadmisible, hoy en día ha venido a encontrar remedio dentro de las iglesias protestantes por medio de razonamientos, de argumentos y de otras licencias que lo moderno ha establecido.
Iglesias que otrora se definían como conservadoras han venido a ceder paso ante la fuerza de los cambio. Los “viejitos” que formaron esas iglesias, que en sus años de niñez asistían a los servicios tomados de las manos de sus padres, hoy contemplan desalentados cómo algunas de sus autoridades fríamente justifican el homosexualismo y lesbianismo lo cual definen como cosa normal, incluso las leyes de muchos países modernos protegen y hacen valer ese tipo de deseos de sus ciudadanos, oponerse o contradecir equivale a hacer el ridículo entre la sociedad. Tan nefandos resultados se han obtenido que en algunos países el matrimonio entre personas del mismo sexo es aceptado como algo enteramente normal. Actualmente se discute si la adopción de niños por parte de ese tipo de matrimonios es legal o no, y parece que la balanza se les inclina favorablemente.
Curiosamente, la promiscuidad no sólo ha invadido a la religión cristiana , sino a una porción de judíos , tan así que hace pocos meses uno de los Rabinos de una sinagoga canadiense iba a matrimoniar a una pareja de homosexuales judíos. ¿Podría el amable lector imaginarse a un hombre jurándole lealtad conyugal a otro hombre y dándose el beso delante del juez que los está casando? Por supuesto que las cosas que para muchos parecen intolerables e inadmisibles, a la postre dejarán de serlo; eso es así puesto que el humano promedio fácilmente tiende a ceder ante la presión sicológica que otros le hacen. Además, los promotores de tan increíbles cambios saben muy bien que sus batallas legales las llevan a cabo únicamente contra las personas adultas, contra quienes recibieron una enseñanza apegada a los mandamientos divinos; ellos saben que las nuevas generaciones fácilmente absorben todo aquello que tiene sabor a novedoso, a diferente, sin importar cuánto desastre signifique semejante aceptación. Para los promotores de semejantes cosas el tiempo y la sociedad que tiene en poco la voluntad de Dios son sus mejores aliados.
Como si eso fuera insuficiente, las parejas que sostienen ese tipo de inclinaciones defienden fuertemente el derecho de influir sobre los hijos para “darles libertad” de que por medio de la experiencia previa decidan por sí mismos qué inclinación tomar. En la provincia de Alberta, Canadá, existe como mínimo una agencia gubernamental que recientemente editó un folleto a través del cual se aconseja a los jóvenes a sentir libertad de expresar libremente sus inclinaciones: si es homosexual se le sugiere buscar el apoyo entre las personas con esa inclinación; si es lesbiana, lo mismo. Como se ve, los gobiernos no representan obstáculo para evitar la proliferación del pecado. Mas bien lo fomentan.
¿No son estos en verdad tiempos peligrosos? ¡Claro que lo son!, Con mucha razón Pablo declaró que “en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios…”
parece que a las palabras del apóstol no se les está prestando la atención que necesariamente merecen, al contrario, se están tomando sin importancia, lo cual ciertamente está arrastrando a millones de personas al lago de fuego. El mundo cristiano está demasiado ocupado en “evangelizar al mundo” que no tiene tiempo para poner atención a ese tipo de advertencias. La apostasía anunciada por Pablo no está por venir, no es algo de que de aquí a pocos años vendrá para confundir a quienes desean heredar la vida eterna, mas bien ya está en el mundo, está trabajando día y noche con gran tesón. La apalabra de Dios la ha denunciado y ha advertido cuáles son sus malignas manifestaciones, y sus funestos resultados.
La Iglesia ganada por Cristo sabe que estamos viviendo en tiempos sumamente peligrosos, en donde el menor descuido acarrea funestas consecuencias. Ningún hijo de Dios debe dejarse sorprender por la falsedad religiosa, por apariencias de piedad, por razonamientos materialistas, por ideas novedosas, por “avivamientos”, ni por interpretaciones sobre la palabra de Dios cuyo propósito sea el de dañar los cimientos de nuestro deseo de alcanzar la vida eterna. Los hijos de Dios deben mantenerse como una unidad férrea, en donde las ideas extrañas no hallen cabida.
Debe tenerse en cuenta que sucumbir ante cualquier corriente extraña hace que las personas se desnaturalicen, es decir, pierden el sentido correcto de la verdad, pierden la visión del correcto entendimiento de la Palabra de Dios. La persona que se desnaturaliza pierde su fe, queda vacía de la seguridad de alcanzar la vida eterna mediante una vida de santidad, de amor a Dios y al prójimo. La persona desnaturalizada tiende a simpatizar con las cosas del mundo, tiende a perder el deseo de luchar en contra de aquello que daña su espiritualidad, abandona su firmeza de evitar fundir en una sola la santidad con la mundanalidad. En verdad no hay tiempo que perder, estar alertas para frenar cualquier intento de Satanás es nuestra obligación, de lo contrario, la corriente vertiginosa nos arrastrará hacia el lago de fuego.
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