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¿Qué pasaría si usted muriera hoy?

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“Si Dios quiere en tres años me voy a graduar” , “mis planes son trabajar lo más que pueda para comprarme un buen carro”, etc.

Todos hacemos planes. Es más, posiblemente pasemos toda nuestra vida planeando: Pintar la casa, repara las goteras, cambiar la cerradura, reparar la cerca, buscar el modo de superar el nivel de vida actual, estudios, viajes al extranjero, etc, etc.

Los planes son útiles para mantener activa nuestra alma y nuestro espíritu, nos ayudan a fijar metas y a luchar por alcanzarlas. Una persona sin planes en si vida carece del propósito, vive solo por vivir.

Con todo, lo menos que la generalidad tiene en mente es hacer planes para la vida espiritual. Para eso no hay tiempo, no hay voluntad, no hay necesidad. Pensar acerca de lo espiritual causa hastío, molestia de ánimo. Usualmente, lo espiritual es un estorbo, es el freno que impide realizar aquellas cosas deleitables para la carne. Por eso es que nadie hace planes para la vida espiritual.

Pero la pregunta ineludible es: ¿Qué pasaría si usted muriera hoy? Primero, todo cuanto habría planeado quedaría sin realizar. Al momento de morir, los logros alcanzados pierden su valor. Todo aquel empuje con que se lucha por triunfar queda perdido. Segundo, los resultados de una vida indiferente hacia los valores espirituales irremediablemente tendrán su retribución a su debido tiempo.

¿cuánto tiempo le queda a usted de vida?, ¿Ochenta años?, ¿Treinta?, ¿Cinco?, ¿Pocos días?, ¿Pocas horas? ¡Nadie lo sabe!

En la parábola del hombre rico, Jesucristo aborda este tópico advirtiendo que lo material es vanidad, porque al morir, todo se pierde.

La voz divina dijo a aquel hombre: “Necio, esta noche vienen a pedir tu alma, y lo que has obtenido, ¿De quién será?…”

Lo peor del caso es que a nadie le gustan las malas noticias, ni mucho menos pensar en el castigo por culpabilidad. El momento vendrá en el cual aquello que actualmente es tenido como de importancia ínfima será confirmado como el derecho de entrada a la Vida Eterna. Para entonces será demasiado tarde. Nadie tendrá una segunda oportunidad.

Algunos piensan que aún faltando pocos segundos para morir tendrán la oportunidad para arrepentirse y alcanzar perdón. Por ello traen a la mente el caso del malhechor que en la cruz alcanzó misericordia pocas horas antes de morir. No debe olvidarse que aquel caso fue único, nunca jamás volverá a repetirse. No volverá a repetirse sencillamente porque quien absolvió a aquel hombre fue precisamente el Autor de la vida. Él lo perdonó de todas sus fechorías y le otorgó el pase a la eternidad. Cualquiera, después de él, que tenga en mente repetir el caso, necesariamente tendría que estar frente al Señor, y escuchar de él las mismas palabras, lo cual es totalmente imposible. Por consiguiente el caso del “buen ladrón” nunca jamás volverá a repetirse.

Despedirse de este mundo sin antes haber valorizado los asuntos eternos, es morir sin Dios y sin esperanza. No importa cuán reaccionarias pueden ser nuestras emociones al pensar en semejante situación. Lo importante es que el destino de cada uno será notorio al estar gozando de la vida eterna, o estando justamente en la orilla del lago del fuego, para ser lanzado allí para pagar las consecuencias de haber desestimado hacer planes espirituales.

 

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